Hay momentos que florecen entre la desidia.

La lluvia recayó incesante bajo el manto de la noche y la irascible mirada de la luna, dejando tras su paso un paisaje sórdido y sombrío, devastado por una urbe de incesantes gotas que lo afligieron todo a su paso… irrumpiendo en la superficie de la tierra, oscureciendo a cada ente que desprendiera el mínimo aliento de vida, a cada silueta que proyectaba su sombra sobre ese mundo de incertidumbre... Pero aun así, tras a los estragos de la implacable tormenta, tras saciar su llanto la ultima nube de ese cielo gris y atormentado, comenzó a crecer una rosa en medio de tanto caos, una rosa de pétalos negros que germinó entre el desorden, entre ese infierno devastado. Desprendiendo aires de salvación… Como a veces ocurre cuando los parpadeantes destellos de un faro, salvan a un marinero desorientado del abismo de las enfurecidas aguas. Como señal de esperanza, de ilusión, que continuó creciendo hasta llegar a convertirse en la rosa más brillante, reluciente entre la oscuridad de la noche…. brillaba con fuerza iluminada por la luz de una luna llena y solitaria, una luz tenue reflejada en cada charco de agua estancada, pese al haber crecido entre el desconcierto y la pena de un mundo lúgubre y atormentado. Una flor cuyas raíces nunca perecieron frente al paso de los años y que continuó creciendo lentamente con el tiempo. Una flor cuyas raíces nunca pudieron ser arrancadas del corazón de mi alma.