Diario de un alma en pena.

El barco zarpó temprano, nada más ponerse el sol, con la única compañía que suponía un mar de sueños muertos, esperanza decadente y las jóvenes estrellas, reflejadas bajo el cielo infinito. Tras este duro paso lo he dejado atrás todo, todo por lo que un día habría permanecido en esa tierra… que presenció mis pasos, desde mi nacimiento hasta la muerte de lo que hace algún tiempo fue mi vida. Hoy abandono, ese camino que nunca llegó a darme…  las suficientes fuerzas para afrontar este macabro destino que el diablo me ha brindado, en una sucia copa manchada de sufrimiento.

Este día aparto mi alma, dejándola sola, abandonada y llena de cicatrices descosidas e infectadas,  por el recuerdo de lo que en un pasado significó contemplar tu iluminado rostro. Ahora me encuentro solo y acompañado, yo y mi locura, apareciendo ésta de pronto, y regalándome esa desgraciada sonrisa que hoy en día… me consume por dentro.

En este trayecto alcé la mirada y observé que las gaviotas que sobrevolaban mi cuerpo, se transformaban una a una, lentamente en negros cuervos de ojos rojos, ansiosos por devorar cada pedazo de mi corazón… roto, descuartizado y enterrado bajo el mísero olvido.

Por fin tras un largo día, ha llegado la noche, cubierta de tormentas y destellos fugaces que se desvanecen tan rápido como se agitan las arriadas velas, que mantienen segura mi vida a flote. Pero el tiempo ya ha hablado y sé que mi último suspiro se acerca, así que mirando a las enfurecidas aguas y recordando tiempos mejores, en los cuales la suerte se mantenía,  agarrada de mi mano, me siento sobre este mástil mirando al frente, dejando al barco indefenso, solo y enloquecido. Pero no me importa, ya que el miedo no es más que inseguridad… la misma que se evaporó junto a tu silencio eterno.

Sé que seré arrasado de este mundo injusto, que te apartó de mi lado, y puede que me esté equivocando… tal vez puede que ésta no sea la manera, pero mi cometido hoy no es perder la vida, sino ponerla junto a la tuya.